Núcleos abiertos de Innovación Estratégica
Hace algún tiempo comenté la necesidad de crear nuevos núcleos de innovación y potenciar los ya existentes en Chile, como uno de los primeros pasos para avanzar en una agenda de productividad e innovación. También comenté que, hoy en día, sin innovación los países se estancan en su desarrollo o viven colateralmente del desarrollo de otros países. Y cuando pasa esto, no es solo que los países no se desarrollen como se espera, si no que las economías se vuelven más débiles, sujetas a cambios externos y prosperan las diferencias sociales y económicas.
Hoy se habla de innovación en Chile con la misma facilidad con la que hablamos de ir al cine o a comer con los amigos. Y no es que ir con los amigos no sea serio, que lo es; lo que no es serio es hablar a nivel empresarial de innovar, y automáticamente pensar en qué recursos puedo obtener del Estado, supliendo los propios de las empresas, para hacer cosas nuevas que no necesariamente son innovación.
Pero vayamos a las cifras frías de las estadísticas para corroborar que efectivamente en Chile nos queda un muy largo camino por recorrer, por más que la palabra innovación esté presente en muchas conversaciones. En el Índice Global de Innovación, Chile está en el puesto 47 en el 2018; estuvo 47 en el 2017 y 44 en el 2016. Retrocedemos si nos comparamos con los países que pueden ser referencia para nosotros. En el Índice Global de Competitividad, tanto en el 2018 como en el 2017 estamos en el puesto 33; ni bajamos (¿un alivio?) ni subimos. Ante este panorama -que no solo incide en el desarrollo del país, sino también en el desarrollo a largo plazo de los ciudadanos, de su bienestar y en definitiva del crecimiento sostenido de la economía chilena- creo que hay que desarrollar politicas reales de innovación en Chile.
Imaginemos que para mejorar estas cifras, Chile debe doblar su inversión en I+D, que se encuentra muy por debajo de los estándares deseados. Hay tres posibilidades: (a) esperar que pase espontáneamente (la visión más neoliberal: “lo mejor es no intervenir en el mercado”, “la mejor política industrial es la que no existe”), (b) invertir preferentemente en ciencia académica, inyectando recursos a centros de investigación pública y universidades, esperando que finalmente dicha ciencia desborde al mercado, y (c) estimular la I+D empresarial, desplegando instrumentos como los descritos antes, con efecto multiplicador.
¿Cuál sería la mejor aproximación? En el caso (a), si optamos a que espontáneamente la economía chilena se sitúe al nivel de I+D de Corea del Sur o de Israel, deberíamos esperar unos 180 años, contando que ellos paren su ratio de inversión actual. Bajo la aproximación (b), se crean excelentes subsistemas científicos e innovaciones , pero no existe impacto demostrado en la economía, ni ha existido en ningún país sin políticas complementarias de estímulo de la demanda o de transferencia tecnológica. La tarea de los científicos acaba en la publicación científica. No hay efecto multiplicador, más que, en todo caso, para atraer más recursos de investigación. La aproximación (c) es, sin duda, la más eficiente para superar el “fallo de innovación mercado” (la tendencia del Estado y de las empresas a invertir por debajo de lo óptimo en I+D): disponer recursos públicos orientados a retos de interés empresarial (o social), complementándolos con recursos privados, sin renunciar a la excelencia del proyecto, pero buscando impacto en el entorno.
Bajo estas premisas, lo que propongo es la creación de un programa de “Núcleos Estratégicos de Innovación Cooperativa”. Este programa deberá tener proyectos conformados por consorcios de PYMEs, en clave de nivel de reto científico -los proyectos deberán tener un muy alto nivel científico-técnico, pero serán proyectos industriales- y en clave de impacto en el sector -deberán desencadenar la atracción de inversión extranjera, y/o generar empleo de calidad. La estrategia finalmente será constituir auténticos núcleos o micro-clusters estables de alta tecnología, formados por empresas locales que adquirieran hábitos crecientes de inversión en I+D. De forma colateral, esas empresas arrastrarán a grupos de investigación y académicos, los que garantizarán la calidad científica del proyecto.
Jamás debemos olvidar que la innovación es un fenómeno empresarial. El centro del sistema de innovación no es la universidad ni el grupo de investigación, ni el Estado: es la empresa. Políticas de innovación que no sitúen a la empresa en el centro, no son tales. Son políticas de investigación, pero no de innovación, e incrementarán los estándares científicos del país, pero no necesariamente su capacidad innovadora ni su prosperidad económica.
Rafael Ruano, asesor de empresas
Columna de opinión en El Libero – Publicada el 21.10.2018
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